14h07 CEST
17/07/2025
Juan José Lahuerta
Madrid, 17 jul (EFE). – “Muero completamente tranquilo, porque soy inocente”. A las 2 de la madrugada del 15 de julio de 1939, Antonio Ortega, presidente del Madrid entre 1937 y 1938, escribió esa frase en una carta de despedida dirigida a su esposa y a sus cuatro hijos. Al amanecer de hace 86 años fue fusilado y su familia cree que sus restos yacen en una fosa común del cementerio de Alicante y lucha para enterrarle junto a sus seres queridos en Ciudad de México.
Allí es donde dos de sus cuatro hijos, Amalia y Conchi, junto a su mujer Josefina, se marcharon unos años después de la guerra para afrontar una nueva vida mientras Ortega quedó atrapado en el engranaje de la represión. En este segundo reportaje sobre su recorrido vital, apoyado en documentos inéditos procedentes de archivos oficiales y en las memorias de su hijo (Antonio Ortega Mora), EFE desvela cómo fueron sus últimas horas antes de morir ejecutado, aporta una nueva visión sobre su relación con el ‘Caso Nin’ y recuerda su paso por la presidencia del Real Madrid (entonces denominado Madrid FC).
Ortega y el 'Caso Nin'
Antes de enfrentarse a un pelotón de fusilamiento, Ortega vivió tres años de guerra muy intensos. En los primeros diez meses defendió con éxito Irún, fue gobernador civil de Guipúzcoa y lideró al Batallón de Milicias Vascas Antifascistas en la batalla por Madrid. Una rotura de clavícula en un accidente de automóvil le impidió seguir en el frente y el 27 de mayo de 1937 fue nombrado director general de Seguridad (DGS), organismo dependiente del Ministerio de Gobernación encargado de mantener el orden público en el territorio republicano.
Ortega ocupó el cargo hasta el 17 de julio de 1937, periodo en el que tuvo lugar uno de los sucesos más polémicos de la contienda: la desaparición de Andrés Nin, líder del POUM. Figuras importantes como Hugh Thomas le señalaron como uno de los responsables. No obstante, el historiador español David Jorge, profesor del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México (COLMEX), tras una investigación profunda del caso en el marco del movimiento comunista y el conjunto del antifascismo en la Guerra de España, sostiene que esa acusación es falsa. “Fue una operación estrictamente soviética”, dice a EFE.
Según David Jorge, el contexto es clave para comprender el destino de Nin, detenido junto al resto de la cúpula del POUM tras los sucesos de Barcelona (3-8 de mayo de 1937), donde se alzaron contra el Gobierno junto a una parte de los anarquistas.
A ojos de Stalin, Nin, dirigente de una organización filotrotskista, era un enemigo; y aún bajo el gobierno de Largo Caballero, antes del nombramiento de Ortega como DGS, agentes del NKVD liderados por Alexander Orlov fabricaron un informe que señalaba a Nin como un agente de la Gestapo y un quintacolumnista, acusaciones que David Jorge califica como “una burda falacia”.
La llegada al cargo de Ortega coincidió con un cambio gubernamental en el que Negrín, el 17 de mayo, reemplazó a Largo Caballero al frente del ejecutivo con su periodo de transición y la toma de posesión de las nuevas autoridades.
En ese escenario de ambigüedades, los soviéticos aprovecharon para ejecutar una operación contra el POUM mientras la Unión Soviética iniciaba los ‘procesos de Moscú’ para reprimir cualquier disidencia.
Tras los arrestos de los poumistas, Ortega permitió que Nin fuera apartado para interrogarlo de manera aislada.
Una vez separado, relata David Jorge, fue trasladado de Barcelona a un chalet de Alcalá de Henares, donde policías españoles de la Brigada Especial lo interrogaron dentro del marco de la legalidad.
La responsabilidad de Ortega, apunta, radicó en ordenar la detención de altos cargos del POUM, “algo comprensible ante una indisciplina grave como un levantamiento en la retaguardia”, y en no informar al ministro de Gobernación sobre la separación de Nin del resto de detenidos para interrogarlo. “Esto sería el punto más delicado, aunque como DGS tenía cierta autonomía operativa para casos urgentes”, señala el historiador.
Ante la imposibilidad de obtener una confesión por la vía formal, los soviéticos, añade, actuando a espaldas de la República, secuestraron y asesinaron a Nin.
“Dijeron que fueron agentes de la Gestapo camuflados, pero eso no se lo cree nadie. Fue claramente una operación soviética. Ortega se vio metido en el lío de Nin, pero él estaba en Valencia. No tuvo nada que ver. Le echaron el muerto a él”, afirma a EFE Pedro Barruso, profesor asociado de Historia Moderna e Historia Contemporánea de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense.
El ‘Caso Nin’ terminó por costarle el cargo a Ortega. Su destitución se presentó como una necesidad en el frente y el hecho de que Negrín mantuviera su confianza en él, refuerza la idea de que no estuvo implicado en el asesinato. Tras ello, Ortega regresó a Madrid para hacerse cargo del VI Cuerpo de Ejército.
El Madrid FC y la pureza del deporte
De vuelta a la capital, Ortega asumió la presidencia del Real Madrid, denominado entonces 'Madrid Football Club', que desde agosto de 1936 estaba bajo el control de la Federación Cultural Obrera y Deportiva, una institución de inspiración socialista. Según detalla Ramón Usall en ‘Futbolítica’, Ortega sucedió a Juan José Vallejo en una fecha imprecisa de 1937.
El PCE buscaba a un dirigente afín y Ortega, recién integrado al PCE (más por pragmatismo que por convicción, indica su hijo en sus memorias), cumplía con el perfil.
Durante su mandato, que concluyó a finales de 1938, el estadio de Chamartín continuó albergando desfiles y exhibiciones deportivas y militares organizados desde 1936 por el Batallón Deportivo de la Federación Castellana de Fútbol. Ortega intentó integrar al Madrid FC en la Liga Mediterránea, que reunía a clubes de Cataluña, Valencia y Murcia, pero, explica Usall, el Barcelona rechazó su participación. Pese a ello, organizó amistosos en los que su hija Fina en alguna ocasión hizo el saque de honor.
Existe un documento en el que Ortega habla como presidente del Real Madrid: una entrevista publicada en ‘Blanco y Negro’ en noviembre de 1938. En ella, defendió la pureza del deporte frente a la mercantilización y reveló su sueño de un estadio majestuoso, visión que años después materializó Santiago Bernabéu.
"El fútbol no se parecerá en nada al que se practicaba antes del 18 de julio. Me refiero a su organización, naturalmente. No se comerciará con las fichas ni con los ases y la juventud […]. El Madrid, y yo estimaré mucho que así sea, debe conseguir el mejor campo deportivo de España, el más importante estadio”, afirmó Ortega.
Durante el resto de la guerra, Ortega mandó el III Cuerpo de Ejército, lejos de las grandes batallas. Tras la caída de Cataluña, intentó mediar con el coronel Segismundo Casado para detener el Golpe de Estado que derribó al Gobierno de Negrín en marzo de 1939. Entonces, abandonó Madrid rumbo a Gandía para reunirse con su familia. Había comenzado su cuenta atrás.
El desenlace hacia el final: atrapados en el puerto de Alicante
Sin éxito en sus gestiones con los cónsules de Inglaterra y Estados Unidos para abandonar España, buscó otra vía. Guiado por los rumores de una posible evacuación desde Alicante, partió hacia el puerto mediterráneo con su mujer, sus cuatro hijos, su nuera y su nieto de ocho meses con la esperanza de embarcar rumbo al exilio.
En el puerto de Alicante, Ortega y su familia se unieron a cerca de 15.000 personas que compartían el mismo objetivo: escapar de la represión que se avecinaba sobre los vencidos; pero el 30 de marzo de 1939, la División Littorio de Mussolini ocupó la ciudad y acabó con cualquier esperanza de huida. Ortega intentó negociar con los italianos para declarar el puerto como "zona franca internacional”, pero la llegada de las tropas españolas forzó una rendición incondicional.
La familia de Ortega fue confinada en el campo de concentración de Los Almendros. Ortega ingresó dos días después y sólo pudo reencontrarse con su hijo, porque las mujeres de la familia fueron trasladadas al reformatorio de Alicante. "Le llamaron por los altavoces instalados en el campo para que se presentase inmediatamente al jefe de las fuerzas de ocupación. Mi padre seguía muy entero, sabía lo que le esperaba. Nos dimos un abrazo muy fuerte, muchos besos y nos despedimos. No volví a verle”, recuerda su hijo.
Ortega fue enviado a la Diputación Provincial, mientras que su hijo terminó en el campo de concentración de Albatera, del que guarda pésimos recuerdos: "Los días transcurrían penosamente, llenos miedo y hambre. Estábamos hacinados y sin apenas espacio para movernos. Como alimento nos daban una sardina de lata para todo el día. Dormíamos al aire libre sobre un suelo húmedo y salitroso, pues el campo se hallaba asentado en unas antiguas marismas".
El hijo de Ortega consiguió escapar del campo de concentración y liberar al resto de su familia gracias a un salvoconducto que le proporcionó una pareja que conoció en el puerto de Alicante. Rodeados de penurias y hambre, lograron subirse a un convoy militar y, tras varios días de viaje, llegaron a Madrid.
El destino de su padre fue muy distinto: encarcelado en el reformatorio de adultos de Alicante, fue juzgado en un consejo de guerra sumarísimo, acusado de ser el responsable de fusilar a 13 militares en San Sebastián, así como de la muerte del capitán de Miqueletes, Dionisio Ibáñez de Opacua, asesinado el 4 de septiembre de 1936 por un miliciano. Su hijo, en busca de venganza, testificó contra Ortega, quien, sostiene Barruso, no tuvo ninguna relación con los hechos.
"Muero perdonando a todos"
El consejo de guerra sumarísimo contra Ortega, explica Barruso, estuvo plagado de irregularidades. De hecho, los nombres de los militares ejecutados en San Sebastián no coinciden con los del sumario, conservado en el Archivo General e Histórico de Defensa de Madrid y consultado por EFE. Para el historiador, el proceso, que también condenó a Ortega por el delito de “auxilio a la rebelión”, fue “una farsa”.
Ortega mantuvo su inocencia hasta el final, pero su destino ya estaba sellado: El 12 de junio de 1939 fue condenado a muerte, el 10 de julio Franco se dio por "enterado" y el 14 de julio se notificó a Ortega que sería ejecutado.
Su familia intentó salvarle. Recurrió al Conde de Romanones, a quien Ortega ayudó al principio de la guerra. Pero como explicó a EFE su nieto, José Ignacio Echeverría, "no hizo nada" por su abuelo. "Quien sí intervino fue Juan Tellería, compositor de ‘Cara al Sol’ y a quien también salvó Ortega. Pero no le hicieron ni caso", agrega Echeverría.
A las 2 de la madrugada del 15 de julio de 1939, Ortega entró en capilla, redactó una nota para su familia que entregó al capellán junto a una alianza, una medalla y una figura de San Antonio. Esos objetos llegaron a su esposa gracias a la hija del alcalde de Madrid Rafael Henche de la Plata, también encarcelado en Alicante. A través de un telegrama, ella misma comunicó la noticia de su muerte. La carta de despedida escrita por Ortega en cuatro cuartillas dejó un último mensaje para su esposa e hijos.
"Josefina mía y amadísimos hijos: dentro de unas horas, muy pocas, voy a morir. Muero tranquilo, completamente tranquilo, porque soy inocente. Solo me acucia una pena muy honda, no poderos besar por última vez, pidiéndoos perdón. Josefina mía: perdóname todo lo que te haya podido ofender. Cuida esas hijas y dedicadme siempre, siempre una oración y un recuerdo. La vida es corta y pronto nos veremos en el cielo donde no hay hombres malos. Sé el mal rato que vais a llevar y lo siento con toda mi alma. Muero perdonando a todos; no guardéis rencor a nadie y sed buenos. Dios lo tendrá presente. Hasta la eternidad se despide vuestro esposo y padre que tanto os quiere y ha querido”, escribió.
En el sumario consta que murió fusilado, junto a otras diez personas, la mayoría jornaleros, y no a garrote vil, como informan casi todos los reportajes sobre Ortega: "Don Francisco Merpell Alarcia, brigada médico de la jefatura de sanidad militar de la 17 división de ocupación en Alicante, certifica: que a las 5 horas del día de hoy ha reconocido el cadáver de Antonio Ortega Gutiérrez fallecido a consecuencia de heridas de arma de fuego”.
“Nos consta que murió como un valiente, como lo que había sido toda su vida. Se dirigió a los soldados que formaban el piquete de fusilamiento, diciéndoles que iban a matar a un inocente y que estaba seguro que la sangre que ahora se vertía, ahogaría en el futuro a los que se empecinaban en derramarla. Termino diciendo: ‘Apuntad bien, soldados. ¡Viva la República!”, narra su hijo.
86 años después de aquella ejecución, su familia aún recuerda a Ortega. Su hijo Antonio esquivó las represalias y se quedó en España, igual que su hermana Josefina. La pequeña, Amalia, se enamoró de un pelotari y emigró a México, donde más tarde la seguirían su madre, Josefina, y su hermana mayor, Conchi.
Sus descendientes consideran que la historia fue injusta con Ortega y reivindican su figura con orgullo tras las investigaciones que revelan que salvó a cientos de personas del bando contrario.
“Se me pone la carne de gallina porque son cosas que no conocía. Para mí era un buen hombre que quería mucho a sus hijas y a su mujer que fusilaron en la guerra después de haber peleado. Todo esto me conmueve mucho”, cuenta Echeverría.
La familia de Ortega pelea por encontrar y exhumar sus restos, un proceso frustrado por barreras burocráticas, políticas y económicas, según informa a EFE la Asociación de Familiares Represaliados por el Franquismo del Cementerio de Alicante.
Amalia y Antonio trabajaron con empeño para localizar a Ortega, enterrado en una fosa común del Cementerio de Alicante. Amalia, quien falleció en 2022 con casi 100 años, no tuvo tiempo de ver cumplido su deseo: sepultar a su padre en la cripta familiar de Ciudad de México. Antes de morir, dejó una muestra de ADN para facilitar su identificación cuando los restos sean finalmente recuperados.
"Aunque sean unos huesos, porque no va a haber otra cosa y soy consciente, se pueden cremar y traerlos aquí (a Ciudad de México) y ponerlos junto a todos. Tengo un nicho en una iglesia. Ahí están mis hermanas, mi madre, mi marido y mi hija", afirmó Amalia Ortega en una entrevista inédita a la que tuvo acceso EFE.
Los descendientes de Ortega acumulan una espera de 86 años para recuperar sus restos. Su deseo es honrar la memoria de un hombre que salvó cientos de vidas durante la Guerra Civil y que, para ellos, es mucho más que "el presidente comunista del Real Madrid". Antonio Ortega es el recuerdo inolvidable de una familia que quiere que su memoria no caiga en el abismo del olvido para descansar en paz. EFE
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