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Salvar enemigos en la guerra: el legado oculto de Antonio Ortega, expresidente del Madrid

14h07 CEST

17/07/2025

Madrid, 17 jul (EFE).– San Sebastián, 12 de septiembre de 1936. Con el ejército rebelde a las puertas de la ciudad, Jean Herbette, embajador de Francia al inicio de la Guerra Civil Española, envía un despacho a París con elogios hacia Antonio Ortega, gobernador civil de Guipúzcoa y presidente del Madrid FC entre 1937 y 1938: "Ha salvado muchas vidas […]. Las disposiciones que ha tomado en los últimos momentos lograron que San Sebastián no fuera destruida por los incendios y ensangrentada por las masacres”.

Ese telegrama pertenece a una serie de documentos inéditos enmarcados en una profunda investigación de la Agencia EFE (archivos oficiales, historiadores y registros familiares que incluyen las memorias inéditas de su hijo Antonio Ortega Mora) que, a través de dos reportajes, reconstruye el recorrido vital de Ortega para sacar a la luz su historia más desconocida cuando se cumplen 86 años de su fusilamiento.

Ejecutado en Alicante tras un consejo de guerra sumarísimo en el que fue calificado como un “individuo rabiosamente izquierdista considerado peligroso y exaltado comunista”, el dirigente del Madrid FC (el Real Madrid fue denominado así durante la República) tras ayudar a cientos de personas del bando contrario, algunas de ellas conocidas como el Conde de Romanones o Juan Tellería, compositor del himno falangista ‘Cara al Sol’.

De novicio a carabinero

¿Cuál fue el recorrido de Antonio Ortega hasta morir fusilado? Recopilar su vida anterior a la guerra permite elaborar un perfil marcado por su compromiso con la causa republicana y por una juventud dedicada al estudio y a la formación. Nacido un 17 de enero de 1888 en la localidad burgalesa de Rabé de las Calzadas, se quedó huérfano de padre a los cinco años, y muy pronto, en el Colegio de los Padres Paúles de la vecina localidad de Tardajos, inició su relación con los libros, según explica en sus memorias su hijo, que acompañó a su padre durante casi toda la guerra.

El joven Ortega continuó sus estudios en Madrid e inició el noviciado en la sede de la Congregación de los Padres Paúles, donde todavía se conserva su ficha. Según la documentación a la que tuvo acceso EFE, allí ingresó el 17 de julio de 1903 y estudió con buenas calificaciones Filosofía, Historia Universal, Literatura Humanística, Teoría del Conocimiento, Metafísica, Espiritualidad y Ascética.

Finalmente, Ortega decidió no hacer los votos y en 1906, con 18 años, ingresó en el Cuerpo de Carabineros. A partir de ese año, y tal y como consta en su expediente, custodiado por el Archivo del Ministerio de Interior y analizado por EFE, tuvo una intensa actividad a favor de la República que le causó más de un problema legal.

Destinado en diferentes acuartelamientos, se instaló definitivamente en Irún en 1929. El 25 de febrero de 1930 fue condenado por traficar con armas para derrocar a la dictadura de Primo de Rivera, sin que en el juicio se pudiera demostrar "su colaboración directa", como consta en los registros. Posteriormente, fue amnistiado por el gobierno de Dámaso Berenguer.

En el marco de la sublevación de Jaca (12 de diciembre de 1930), participó en el asalto al Gobierno Civil de San Sebastián. Por esa acción estuvo en la cárcel hasta el 14 de abril de 1931, día de la proclamación de la II República, tras el cual fue liberado.

La llegada de un gobierno de derechas en 1934 y la desconfianza de este ante un hombre de ideales izquierdistas, provocó su destierro a Huelva. La victoria del Frente Popular en febrero de 1936 lo restableció en su puesto en Irún, donde le sorprendió el inicio de la guerra con rango de teniente junto a su mujer María Josefa Mora (nacida en 1887) y sus cuatro hijos: Antonio (1911), Conchita (1913), Fina (1919) y Amalia (1923).

Defensor de Irún y gobernador civil

En los primeros compases del conflicto, Ortega se erigió con éxito como el defensor de Irún. Su hijo recuerda que formó una columna junto al comandante de Estado Mayor, Augusto Pérez Garmendia, para marchar sobre Vitoria.

En Éibar tuvieron que regresar a San Sebastián para sofocar un levantamiento de militares insurrectos, que entre los días 21 y 23 de julio de 1936 intentaron tomar la ciudad.

Según relata a EFE Pedro Barruso, profesor asociado de Historia Moderna e Historia Contemporánea de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid, los rebeldes terminaron acantonados en los cuarteles de Loyola, asediados desde el día 24 por milicianos y rendidos el 28.

Los sublevados llegaron a un acuerdo con los diputados Jon Irazusta, Rafael Picavea, Manuel Irujo y Miguel Amilibia por el que sus vidas serían respetadas a cambio de rendir los cuarteles. Sin embargo, encarcelados posteriormente en la prisión de Ondarreta, fueron objeto de uno de los episodios represivos de la retaguardia en Guipúzcoa.

El 30 de julio, 53 de ellos fueron asesinados por milicianos que ejecutaron una orden de Jesús Larrañaga, como revela el historiador José Antonio Egido en una biografía del dirigente comunista. Estas ejecuciones, sumadas a otras 14 en Tolosa, desbordaron al gobernador civil de Guipúzcoa, Jesús Artola Goicoechea, sustituido por Ortega, quien ocupó el cargo entre el 7 de agosto y el 2 de noviembre de 1936.

"Ni por lo más remoto pudo pensar mi padre que iba a ser nombrado gobernador civil de Guipúzcoa. Al parecer, el gobierno de Madrid, a indicación de Indalecio Prieto, vio claramente que lo que se necesitaba en aquellas circunstancias era una persona que, además de ser leal a la República, pudiera ejercer al mismo tiempo funciones civiles y militares", recuerda el hijo de Antonio Ortega en sus memorias.

Los telegramas de Jean Herbette

Tradicionalmente, el cuerpo diplomático se trasladaba en verano a San Sebastián, donde el inicio de la contienda sorprendió al embajador de Francia, Jean Herbette. Sus telegramas con París, conservados en el Centro de Archivos Diplomáticos de Francia (Nantes) y a los que tuvo acceso EFE, son muy valiosos para alumbrar el carácter de Antonio Ortega, que mientras fue Gobernador Civil de Guipúzcoa consiguió salvar cientos de vidas y librar a San Sebastián del destrozo y de una guerra callejera sangrienta. Aun así, no tuvo éxito con el destino de otros desafortunados a los que también intentó ayudar.

En concreto, con el de 13 de los militares que participaron en la insurrección y que sobrevivieron a los asesinatos del 30 de julio en la cárcel de Ondarreta. Fueron fusilados en dos Consejos de Guerra (14 y 19 de agosto de 1936) que sellarían el destino posterior de Ortega.

El contexto es importante para comprender las razones por las que se celebraron esos consejos de guerra, explica Barruso. En aquellos días, los bombardeos desde el mar por parte de los buques de guerra rebeldes 'Almirante Cervera' y 'España' causaron multitud de muertos, heridos y daños materiales en San Sebastián.

Esas acciones provocaron la ira de un sector de la población y, desde el balcón de la diputación, Larrañaga prometió justicia ante una masa enfervorizada. Por eso, se formaron los citados consejos de guerra, que, como manifiesta Barruso, se habrían evitado si el bando rebelde hubiese aceptado un trato: pararlos a cambio de detener los bombardeos sobre la ciudad.

Herbette, en una de sus comunicaciones, reflejó la preocupación de Ortega por los presos durante los primeros ataques desde el mar. "El gobernador civil me ha señalado la inquietud que le había inspirado, no los bombardeos en sí, sino la reacción que han producido: Las mujeres eran las que más crueles se mostraban. Algunas pedían fusiles. Se hablaba de ir a matar a la gente de derechas para vengarse. He pasado una de mis peores noches”, cuenta el embajador francés que dijo Ortega.

En el primer consejo de guerra, fueron sentenciados a muerte ocho militares. Ortega, junto al diputado Irujo, contactó con Madrid para pedir el indulto. Sin embargo, ante la presión popular, fueron pasados por las armas por órdenes gubernamentales. Nuevamente, los telegramas de Herbette hablan de la desesperación de Ortega: "Esto es demasiado para mí, preferiría luchar en el frente".

Los bombardeos desde el mar se repitieron y, el 19 de agosto, se celebró el segundo consejo de guerra, en el que fueron condenados otros cinco militares. Una vez más, Irujo, en virtud de su promesa de respetar sus vidas a cambio de su rendición, pidió a Madrid detener unas ejecuciones que Ortega consiguió frenar unas horas.

En su obra 'La Guerra Civil en Euzkadi antes del Estatuto', Irujo explica cómo se desarrollaron los últimos momentos de los cinco sentenciados del 19 de agosto: "Señalé la competencia del jefe militar de la plaza, con arreglo a lo dispuesto por el Gobierno con motivo del indulto solicitado. El gobernador civil ordenó suspender la ejecución. Suspendida, se hizo buscar al comandante San Juan. Este estuvo indeciso durante mucho tiempo. Al fin, ordenó la ejecución, que se llevó a cabo inmediatamente".

Ortega, como Gobernador Civil, firmó las sentencias, conservadas en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca. Fue también su condena, porque tres años después ese sería el principal argumento para ejecutar al dirigente madridista. Para Barruso, Ortega no fue el culpable de esas muertes: "La conformidad de los fusilamientos no es de Ortega. Es de Madrid, desde donde dictaron que se cumpliera la sentencia. Ortega, por tanto, no tiene la culpa. De hecho, se dedicó a salvar la vida a mucha gente junto al embajador de Francia. Es como decir... ¿Es el rey responsable de la amnistía? Pues sí, porque la ha firmado él. Pero no es el responsable".

Aunque Ortega no pudo evitar aquellas muertes, otros documentos desvelan que sí logró salvar muchas vidas mientras fue gobernador civil de Guipúzcoa. Por ejemplo, la del Conde de Romanones, quien al inicio de la guerra se encontraba de vacaciones en San Sebastián.

En un despacho del 19 de agosto de 1936, Herbette confirma que Ortega fue a buscar al aristócrata a Fuenterrabía. Encarcelado y con la seria amenaza de morir fusilado, fue trasladado al Palacio de la Diputación, donde fue custodiado por cuatro hombres de confianza “para evitar cualquier tentativa de asesinato".

El hijo de Ortega, en sus memorias, cuenta cómo terminó la operación: "Mi padre llevó personalmente al conde de Romanones a Francia en su coche oficial de gobernador civil después de haberle protegido". De ese modo, entre Herbette y Ortega, salvaron a un reconocido monárquico que, entre otros cargos, fue alcalde de Madrid y presidente del Congreso y del Senado.

Ya el 3 de septiembre, a nueve días de la caída de San Sebastián en manos sublevadas, el embajador trasladó a Ortega las protestas de dos diputados franceses al presidente del Gobierno por la actitud de las autoridades republicanas de Fuenterrabía, que prohibieron huir a las mujeres y a los niños de sus adversarios políticos mientras la ciudad era bombardeada desde el aire por el bando rebelde: "He enseñado hoy confidencialmente al gobernador civil el texto del telegrama pensando que con un oficial honesto y humano como él, era la mejor manera de suavizar las medidas según sus posibilidades […]. El resultado (de los bombardeos) ha sido una violenta irritación de la población. El gobernador ha telefoneado delante de mí a las autoridades locales para disuadirles encarecidamente de proceder a la ejecución de rehenes. Se ha dirigido a ellas en un lenguaje firme y sensato que ha parecido convencerles”.

Pocas fechas después, mientras el avance del ejército rebelde era imparable y ante la llegada inminente de las tropas franquistas a San Sebastián, Ortega volvió a preocuparse por los presos, quienes nuevamente estaban en peligro de caer en manos de descontrolados con ganas de sangre. Decidió sacarlos de la ciudad para ponerlos a salvo.

"Ya se había tomado la decisión de embarcar a todos los rehenes y detenidos políticos en un barco con la finalidad de sustraerlos a tentativas de liquidación. Este barco será dirigido hacia Bilbao […]. Me ha dado la impresión de que el gobernador civil hacía todo lo que podía para salvar a la ciudad del incendio y a los rehenes de la muerte [...]. Si no me equivoco, hay 600 vidas a salvar”, escribió Herbette.

Finalmente, el 12 de septiembre, San Sebastián cayó en manos insurrectas y el diplomático francés mandó el telegrama que da inicio al reportaje y que concluye con más halagos hacia Ortega: “Su lenguaje ha sido digno de la grandeza de espíritu que ha mostrado desde su entrada en funciones. En un mes, el señor Ortega se ha labrado, en plena adversidad, una figura heroica que jamás olvidarán los que han sido testigos de su sencillez, de su valentía y de su humanidad. [...]. Ha salvado su honor".

Desde el Gobierno valoraron el trabajo de Ortega en Guipúzcoa y, con los rebeldes amenazando Madrid, se incorporó a las Milicias Vascas Antifascistas. Sus primeras acciones en Boadilla del Monte, afirma su hijo, impresionaron al jefe de la Defensa de Madrid, el general José Miaja, y a su jefe de Estado Mayor, el teniente coronel Vicente Rojo.

Tras caer herido de gravedad el coronel Emilio Alzugaray, ambos nombraron a Ortega jefe del batallón con la misión de defender los sectores más críticos de la capital.

"El arte no delinque"

La prensa republicana ensalzó su valor en las terribles batallas que se desarrollaron en Moncloa, Ciudad Universitaria y Parque del Oeste; y mientras estuvo al mando de las Milicias Vascas, salvó otra vida: la de Juan Tellería, compositor de ‘Cara al Sol’ y, cuyo amigo, el comandante y barítono Julián Sansinenea, acompañado de su mujer, pidió a Ortega que ayudara al autor de la partitura del himno falangista.

"Su vida corría serio peligro. Recuerdo que mi padre preguntó al matrimonio Sansinenea si el delito de Tellería consistía únicamente en haber musicado el repetido himno. Como le contestaron afirmativamente, les dijo mi padre: "Pues yo creo que el arte no delinque, y como la música es un arte, no tengo inconveniente alguno en hacer cuanto sea necesario para salvar la vida de Juanito Tellería".

Desde aquel día, Tellería fue protegido en casa de Ortega. Allí pasó horas tocando el piano y aguantó hasta el final de la guerra. Como agradecimiento, compuso un pasodoble en honor a Ortega con compases madrileños y vascos y cuya partitura se perdió en el puerto de Alicante junto al resto de las posesiones familiares cuando intentaban huir de España en los últimos días de la guerra.

El conflicto aún traería más giros de guion para Ortega, que sería nombrado presidente del Madrid FC, se vería envuelto en el ‘Caso Nin’, lucharía en el frente hasta el final de la guerra e intentaría sin éxito salir de España por Alicante. Su familia, como pudo saber EFE y detalla en su segundo reportaje que incluye los últimos días de Ortega, lucha por exhumar sus restos y por reivindicar la figura de un hombre que, según los documentos, salvó cientos de vidas de ideología contraria.

Juan José Lahuerta

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